Hola a todos queridos seguidores!!!Hoy como segundo sábado de cada mes, en la Vila Real de San Antonio se celebra un mercadillo de antigüedades en la plaza del marqués de Pombal, la Feira de Velharias.
En donde hoy se levanta uno de los obeliscos más significativos de Portugal, había en el siglo XVIII una población de pescadores Santo António de Arenilha, sobre la que el marqués de Pombal consiguió construir, en el récord de dos años, una ciudad nueva junto al Guadiana. Esta ciudad es hoy uno de los puntos mas comerciales de Portugal.
Objetos del pasado que te transportan a tiempos inexistentes cargados de nostalgia y miles de interrogantes.
Pero no os voy a contar nada de este mercadillo, y ni siquiera de las compras hechas como mandan los cánones de objetos de algodón, toallas, paños, sábanas, que es sacrilegio no hacerlo cada vez que vienes a esta cosmopolita ciudad portuguesa.
Hoy os quiero hablar de su mercado de abastos con una curiosidad que nunca había visto antes. Al ser este un blog de cocina viene que ni pintado.
El Mercado Municipal de Vila Real se encuentra en la zona alta de la ciudad, ocupando toda una manzana entre las calles Santa Sofía y Gonçalo Cristovão. El mercado es un edificio cubierto, con fachada de granito, y está dedicado a la alimentación: Carnicerías, fruterías, pescaderías, le da color un gracioso puesto de flores y algún otro con quesos y dulces. En el perímetro del edificio, bajo los soportales, suele haber también pequeños puestos ambulantes, principalmente de venta de fruta, verduras y más flores. Sólo está abierto por las mañanas, de lunes a sábados.
Nos acercamos a un puesto de pescado y despues de comprar, le pedí al pescadero, me limpiara de tripas y espinas el pescado, y aquí la curiosidad. Me mandó a otro puesto central del mercado dedicado exclusivamente a esta función. En un cubo de color azul debidamente numerado, lo deposite en una cola de cubos que junto a sus dueños temporales aguardaban pacientemente su turno. Sin mediar palabra llegado el turno, conocedor del oficio limpiaba el pescado y despues de un concienzudo lavado te lo devolvía en un nueva bolsa, acumulando desde aquí los cubos para devolverlos al puesto de origen.
El pescadero limpiador, era todo un personaje, de esos que dejan huella y son artistas de su trabajo. Todo un bucanero pintoresco de un libro de piratas. Muy conocedor de la fauna marina, no fue de su agrado uno de los salmonetes que había comprado y sin más, lo llevó al puesto de origen para cambiarlo, según su entender, por otro mejor. Entonces me miró y dijo: Este mejor, no?.
Me ha parecido tan curioso, que os lo cuento y os paso unas fotografías que hice para compartir esta experiencia de hoy.
En cada ciudad, cada mercado es un retrato de sus costumbres, sus gentes, sus formas de ser y vivir.
¡Qué Aproveche!
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