CAPÍTULO
XI
POR FIN UN NUEVO
HOSPITAL
LAS
PRIMERAS NEGOCIACIONES DEL FUTURO ENCLAVE
Las
declaraciones en la prensa del Dr. Casado, patrocinadas por el Sr.
Loring, y la conciencia general de los médicos del hospital,
sirvieron para que la Junta Provincial de Beneficencia hiciera suya
la propuesta de realización de un hospital de nueva planta alejado
del centro de Málaga. Dicho alejamiento no sólo obedecía a
condiciones de salubridad, sino también a la futura remodelación
urbana del centro de la ciudad, no exenta de fines especulativos.
En el Madrid del año 1852, la corona
de Isabel II planteó la edificación de un hospital por suscripción
voluntaria. Una vez asentado sobre sus cimientos, éste pasó a
llamarse Hospital de la Princesa, que se dio a conocer a la
población mediante Real Orden del 11 de febrero de 1852. La idea
resultó ser muy sugerente para Málaga y se decidió realizar una
obra semejante a la de la capital de España.
Una vez aprobada
la idea de este nuevo proyecto, la Junta Provincial de Beneficencia
estableció una comisión para su gestión, de la que formaba parte
don Jorge Loring, entre otras personas influyentes del momento. Con
fecha 1 de julio de 1858, se solicitaron a Madrid los planos del
Hospital de la Princesa con la intención de realizar un proyecto
similar en nuestra ciudad. Para tal cometido, se nombró como
ingeniero a don Luis Gracián, titulado de Caminos, gran amigo del
Sr. Loring y entusiasta de la nueva empresa.
Las primeras respuestas fueron poco
alentadoras, pues ni llegaron a Málaga los planos del hospital de la
Princesa, ni el Sr Gracián pudo ejecutar el proyecto, ya que el
Gobierno alegó que los reglamentos así lo impedían por no ser
titular municipal y porque los planos del hospital madrileño se
habían perdido.
Entonces se
encargó el hospital a Sr. Moreno Monroy, arquitecto municipal en
cuyas manos cayó el proyecto por su puesto en el ayuntamiento. En
1859, éste emite un primer proyecto a Madrid del que no se conservan
documentos y cuya cuantía presupuestaria fue menor que la
definitiva, entre otras cosas, debido a sus escasas dimensiones.
Por aquel
entonces, el Dr. Casado se encontraba en Madrid colaborando en la
redacción de una ley de Sanidad con el entonces Director General de
Beneficencia, don Tomas Rodríguez Rubí. Gracias a la influencia de
ambos, y mediante Real Orden de 7 de mayo de 1859, se devolvieron los
planos al Sr. Moreno Monroy para un nuevo diseño, inspirado en el
referido Hospital de la Princesa, que a su vez era copia del de
Lariboissiere en París, imitación éste último del Hospital
Departamental de Burdeos.
LOS
POSIBLES TERRENOS
El primer
objetivo que planteó la comisión fue buscar el sitio adecuado para
el hospital. La primera propuesta de ubicación la hizo el presidente
de la Junta Provincial, don Juan Gutiérrez Correa, quien sugirió el
terreno Haza del Campillo al poniente de la ciudad. Sobre este
supuesto, el Sr. Moreno Monroy realizó el primer proyecto, pero
independientemente del diseño el lugar no fue aceptado por los
miembros de la comisión.
Una segunda
opción se barajó ante la compra de una huerta llamada la Natera por
parte de don Tomas Heredia Livermore, pero su extensión de 1400
metros cuadrados quedaba muy por debajo de los 30.000 nuevamente
proyectados.
Otras
alternativas fueron el Cortijo de Gamarra y el de un terreno próximo
al ex convento de la Trinidad, perteneciente al Conde de Casapalma.
Éste último resultó ser el elegido, pues el conde lo cedió muy
por debajo de su valor real, contribuyendo así a la causa.
El 27 de enero
de 1862, la comisión anunció a la Junta Provincial de Beneficencia
que se habían comprado los terrenos de 45.647 metros cuadrados por
un precio de 64.000 reales. También se añadieron 5.605 metros
cuadrados pertenecientes a los herederos de don Juan Anaya en
condiciones similares de bajo costo.
FINANCIACIÓN
Cerca del
gobierno, don Jorge Loring gestionó la primera partida
presupuestaria para la compra del terreno. El 28 de febrero de 1859,
mediante Real Orden, se autorizó a la Junta Provincial de
Beneficencia de Málaga para la inversión de 200.000 reales en la
compra del solar.
El 1 de agosto
de 1861, la comisión realizó un balance de gastos de la siguiente
manera: el importe del presupuesto de la obra era de 5.981.968
reales; para afrontar estos gastos se contaba con el valor del
hospital antiguo estimado en 1.618.533 reales, la subvención de la
Diputación en siete años de 2.000.000 reales, y una subvención del
gobierno de 360.000 reales. Juntos sumaban unos ingresos de 3.978.533
reales. Como puede advertirse, el balance era claramente negativo,
concretamente de 2.003.435 reales.
Pero estos
números rojos se redujeron bastante. En primer lugar, el terreno no
costó los 200.000 reales previstos. El proyecto fue modificado y se
redujeron gastos hasta que su importe quedó en 4.324.771 reales. De
esta manera, el déficit se redujo a 342.903 reales, cifra fácilmente
asequible de la Diputación Provincial, futura dueña de la empresa.
Con fecha 22 de
mayo de 1862 se dictó una Real Orden que aprobaba los nuevos planos
del hospital y su presupuesto. El 28 de septiembre del mismo año se
notificó al gobernador el comienzo del replanteo y adecuación del
terreno para el comienzo de la nueva obra, cuyos menesteres
preliminares comenzaron al día siguiente de dicha notificación.
SU PROYECTO
Según el
proyecto, de los 30.625 m2
disponibles,
la construcción abarcaría 7.780m2.La
disposición se realizaría en seis pabellones enlazados por una
espaciosa galería que daba a un cuerpo central de jardín de 74
metros de largo por 40 de ancho. El edificio tendría una capacidad
asistencial para 500 enfermos distribuidos en 18 salas con 28 camas
cada una.
Cada sala
dispondría de cuarto de baño, consulta, lencería y una zona para
la religiosa de servicio. De las 28 camas con que contaba cada sala,
24 estarían en una estancia general, presididas por un altar, y
cuatro camas más apartadas en otra zona contigua, para aquellos
enfermos que precisaran aislamiento. En la parte posterior, habría
una escalera de comunicación con la galería.
Los pabellones,
a su vez, estarían separados por pequeños patios o jardines y
tendrían sótanos que correrían a lo largo de toda su planta. Los
dos cuerpos centrales, anteriores y posteriores, se destinarían al
alojamiento de sirvientes y de la Hermanas de la Caridad, a despachos
para oficinas, a la capilla y a la cocina. De forma aislada,
quedarían el depósito de cadáveres, la sala de autopsias y el
lavadero.
Mediante Real
Orden de 25 de enero de 1861, le fue sugerido a Moreno Monroy algunas
rectificaciones sobre el proyecto. Cuando ya las tenía prácticamente
acabadas, éste tuvo que incorporar nuevas observaciones con objeto
de reducir el presupuesto, como así se establecía en la Real Orden
de 19 de junio de 1861 a instancias de la Real Academia de San
Fernando. El 25 de abril de 1862 se presentó la versión definitiva
al gobernador civil, don Antonio Guerola. Finalmente, la memoria, los
planos, y las condiciones facultativas y económicas del proyecto
fueron aprobados por Real Orden de 22 de mayo de 1863.
Entre los
cambios efectuados por el arquitecto, figuraba la transformación en
azotea de la galería de comunicación de los pabellones en el último
piso. Desaparecía la habitación del director facultativo y
capellán, dejando tan sólo una para el director económico y el
personal de guardia. La zona de consultas y curación pública se
instalaría en el piso bajo del pabellón de entrada, con el fin de
independizarlas del resto del hospital. Para dicha zona se
contemplaría una gran sala de espera, dos consultas de medicina y
cirugía, y una zona administrativa de comunicación con el médico
de guardia, los practicantes y el interior del hospital.
En cuanto a la
calidad de los materiales, predominarían la fábrica de ladrillo y
mampostería, así como la madera para las armaduras de par y nudillo
de los pabellones y la capilla. Las solerías serían de mazaríes, y
las del sótano y atrio de losas de Algeciras. En el interior de la
capilla lucirían losas de mármol de Coin.
LA PRIMERA PIEDRA
La visita de
Isabel II a Málaga en 1862 contemplaba, entre otros actos, la
colocación de la primera piedra del hospital el 18 de octubre.
Ante la noticia
de la visita de su reina, Málaga creó una comisión de festejos
para los preparativos de su llegada y estancia, donde participaron
tanto el Ayuntamiento como la Diputación Provincial. Nuestra ciudad,
siempre abierta y generosa, tuvo que reunir fondos para esta gran
celebración: algunos adinerados malagueños vaciaron sus bolsillos,
la Diputación colaboró con un millón de reales, y también se
solicitó un préstamo de otro millón al Banco de Málaga, con el
fin de reponerlo en un periodo de cinco años. En cuanto al hospital
se refiere, los gastos de preparación para la visita real fueron de
25.663 reales.
Málaga se
engalanó de arcos triunfales al paso de la reina: colgaduras,
gallardetes, emblemas, banderolas y tiendas de campaña para el
descanso vistieron de fiesta a la ciudad.
En el solar
donde iba a ir el hospital se levantó una tienda de campaña
engalanada con adornos parecidos a los empleados en otros eventos
previstos en el viaje de la reina. La expresión barroca dominaba la
escena.
Llegado el día,
se encontraban en el acto, la Excma. Diputación Provincial y la
Junta de Beneficencia, presidida por el gobernador civil de la
Provincia, don Antonio Guerola; el obispo don Juan Nepomuceno
Cascallana; el gobernador militar brigadier Bessieres, y el alcalde
don Miguel Moreno Mazón. No podía faltar en representación de la
comisión del hospital don Jorge Loring, marqués de la Casa Loring.
A la reina le acompañaba su hijo, el príncipe de Asturias don
Alfonso, los ministros de la corona y otros altos dignatarios del
estado.
En bandeja de
plata se le presentó a la reina una caja de cristal, que a su vez
contenía otra de plomo en cuyo interior se encontraba un ejemplar de
la Guía de Forasteros, otro de la Constitución de la Monarquía, el
Real Decreto que concedía la obra, así como monedas de oro, plata y
cobre, y el boletín y los periódicos oficiales del día.
El Sr. Duque de
Tetuán ofreció a la reina un palustre de plata y el Sr. Guerola,
una artesa del mismo metal donde había un poco de mezcla. Con gracia
y desparpajo, la reina colocó la piedra de tal manera que no le
importó llenarse las manos de mezcla. El vocal de la Junta don Juan
Barrionuevo le ofreció una palangana de plata y una toalla para que
se limpiara.
Una vez
concluido el acto, el gobernador civil de la provincia se dirigió a
su majestad, y entre otras palabras dijo: “La
Reina Isabel I fundó el actual hospital de esta provincia, hoy
próximo a su ruina. La Reina Isabel II acaba de poner la primera
piedra en el nuevo hospital que hoy empieza a construirse. (...) Hoy
se repite aquí la escena del 16 de enero de 1853, ocurrida en Madrid
con motivo de la inauguración del Hospital de la Princesa. Como
recuerdo de este acto daremos al edificio el nombre de Hospital de la
Reina (...)”.
El pueblo
aglomerado en los alrededores de la tienda de campaña secundó la
voz de los allí presentes con un “VIVA
LA REINA”.
Pretendían que
el hospital de Málaga fuera réplica del de la Princesa y que
llevara el nombre de “Hospital de la Reina”, pero esto último
nunca llegó a consolidarse.
La
ubicación definitiva de esta primera piedra se realizó más
adelante, en la semana comprendida entre el 10 y el 18 de mayo de
1864, cuando la obra así lo permitió.
ENTRE
LADRILLOS
El desarrollo y
control del proyecto no fue realizado por el arquitecto provincial
Moreno Monroy, que tanto empeño puso en su diseño. El motivo fue la
permuta de su puesto de trabajo en Málaga por el mismo en la
provincia de Albacete, desempeñado hasta el momento por el
arquitecto don Juan Nepomuceno Ávila, que a su vez se afinco en
Málaga y entre otras cosas se hizo cargo del proyecto del hospital.
El nuevo arquitecto fue fiel al proyecto de Monroy y lo defendió
ante las amenazas de recortes por parte de la diputación. Él se
hizo cargo de toda la obra hasta su consecución.
Una vez aprobado el último proyecto,
el 14 de julio de 1863 se acordó en sesión anunciar la subasta del
futuro edificio para el día 1 de septiembre a las doce de la mañana.
Quedó adjudicado a don Manuel de la Paliza y Guerra, por cesión de
su representante don Wenceslao Enríquez. Paliza y Guerra era un
afamado contratista del momento que intervino en varias obras
públicas de la ciudad.
La obra debía
estar concluida en cinco años y se contaba con un presupuesto de
4.324.600 reales. Su dirección estaría a cargo del arquitecto don
José Trigueros, contratado por el Sr. Paliza. A su vez, éste sería
supervisado por el arquitecto provincial, don Juan Nepomuceno Ávila.
Las obras empezaron con gran rapidez e ilusión en 1864.
La supervisión
del arquitecto provincial creó roces y tiranteces con el contratista
que hicieron que éste último suspendiera las obras en mayo de 1865.
Las obras estuvieron paralizadas durante mayo y parte de junio,
coincidiendo además con lluvias y falta de materiales.
Existían
partidas no contempladas en el presupuesto de Moreno Monroy, como el
de la bajada de aguas claras y sucias, y la ventilación de las salas
de los enfermos, cuyo coste total ascendía a 290,521.02 reales. En
septiembre de 1865, Juan Nepomuceno Ávila manifestó la necesidad de
recabar fondos para la continuidad de las obras. La por entonces
deficitaria Junta Provincial de Beneficencia quiso solucionar el tema
reduciendo el edificio planteado en el proyecto de Moreno Monroy. El
Sr. Ávila se opuso por completo a semejante idea y, tras
razonamientos cargados de convicción, hizo desistir a la Junta
Provincial de Beneficencia de tal decisión. Sin embargo, el déficit
continuaba y las obras se paralizaron de nuevo a finales de 1866
durante todo un año.
EL ANTIGUO
HOSPITAL EN VENTA
Una de las
fuentes de financiación con que se contaba para la consecución de
las obras era la venta del antiguo hospital. Las subastas a tal
efecto se celebraron los días 10 de enero y 15 de febrero de 1866.
Ambas quedaron desiertas. Para evitar los graves problemas que
ocasionaría la paralización de las obras, la Junta Provincial de
Beneficencia propuso a la Diputación que las concluyera por su
cuenta. Ésta última recibiría a cambio el edificio y los terrenos
colindantes del viejo hospital para que gestionara su venta. Tras
aceptar este ofrecimiento, el edificio de San Juan de Dios, cercano a
la catedral, fue trasferido a la Diputación el 29 de diciembre de
1867 ante el notario Ruiz de la Herrán.
Una vez
que la Diputación se hizo cargo
de la continuidad de las obras, se estableció una nueva junta
presidida por el Dr. Casado y Sánchez de Castilla, que junto con sus
demás miembros prepararon los planos para una nueva subasta prevista
para abril de 1875.
Pero no era el
momento idóneo para la venta del viejo edificio: la remodelación
del casco urbano y la construcción de una futura calle, la de Molina
Lario, darían más valor a los terrenos y su venta sería más
productiva. Era pues recomendable un tiempo de espera hasta que se
diera esta nueva coyuntura.
No obstante, el
nuevo hospital necesitaba fondos para su total edificación. Una vez
más, la aristocracia malagueña intervino solucionando el problema.
No sé si por puro altruismo o por algún interés especulativo, los
Sres. Larios y Heredia adelantaron dinero a cuenta sobre la futura
venta del hospital y para que continuaran las obras del nuevo.
A LA ESPERA
Mientras llegaba
el buen momento para la venta de los solares del antiguo hospital, la
Diputación, ya dueña del edificio, gestionó parte de la parcela de
acuerdo con las alineaciones del Ayuntamiento, y también con el
alquiler de algunas de las casas colindantes, esto último con el fin
de poder sufragar los gastos de los enfermos que estaban todavía en
sus enfermerías.
Todos estos
acontecimientos no fueron fáciles para la Diputación, que
prácticamente tuvo problemas con todas las partes implicadas: los
vecinos, el Ayuntamiento y los enfermos del hospital.
En el Boletín
Oficial de la Provincia de 1876, se publicaron las condiciones
facultativas y económicas de la subasta de los solares del ex
convento de San Juan de Dios. En la zona se edificarían viviendas
destinadas a la clase alta malagueña. Su venta fue lo
suficientemente ventajosa como para devolver a los Sres. Heredia y
Larios lo que habían adelantado.
En parte de
estos solares se conservaron algunos restos del hospital,
parcialmente destruidos por los bombardeos de la Guerra Civil.
Acabada ésta, fueron totalmente demolidos y su superficie se destinó
a ensanchar parte de la vía pública. Aunque este hospital nunca fue
un ejemplo artístico, sí cabe destacar el techo mudéjar de su
iglesia que, con su demolición, se trasladó al Museo Provincial.
Fuente:Patio del Hospital.Pintor malagueño. Sr. Narbona |
LA OBRA DEL
NUEVO HOSPITAL
Después de que
la Diputación Provincial asumiera las obras del hospital, la nueva
comisión trató de solucionar los problemas existentes, tras la
paralización de dichas obras en 1866. Parece ser que, como ya se ha
comentado anteriormente, existían diferencias entre el contratista y
el arquitecto provincial sobre partidas no presupuestadas
inicialmente o sobre aquellas que, si bien estaban presupuestadas,
habían elevado sus costes.
La comisión
decidió que se suprimiera una cláusula según la cual el
contratista quedaría multado por retrasos en la obra, y también
decidió no seguir contando con la figura del arquitecto director
facultativo. De este modo y a partir de este momento, las obras sólo
estarían bajo la supervisión del arquitecto provincial.
Para la solución
del conflicto, Juan Nepomuceno Ávila presentó un nuevo presupuesto
cuyo valor ascendía a 129.750.250 escudos, donde se incluían los
deterioros por la paralización de las obras, las partidas no
presupuestadas en el proyecto inicial y las presupuestadas con
aumento de costos. En total, el presupuesto inicial de 4.324.600
reales pasó a uno de 5.912.795 reales. Los trabajos se reanudaron en
julio de 1867 y en agosto del siguiente año se colocaron las pilas
en el lavadero, los depósitos de agua y las cañerías.
El cambio
político acontecido con la Revolución de Septiembre de 1868
ralentizó de nuevo las obras que, además, quedaron traspasadas de
Manuel de la Paliza al constructor don Álvaro Gámez.
Ante esta
situación, el arquitecto municipal informó a la Diputación del
deterioro que sufría el edificio por la paralización de las obras.
Sus palabras no fueron escuchadas. Sin embargo, siguió insistiendo
y, con gran optimismo, volvió a informar a la Diputación de que
terminar alguno de los pabellones era posible con tan sólo un poco
más de dinero. De esta manera, se trasladarían los enfermos del
otro hospital, que cada día sufrían una situación más precaria.
Con esta
intención y con un coste aproximado de 29.000 duros se reanudaron
otra vez las obras en la primavera de 1871. El 17 de marzo del año
siguiente 230 enfermos fueron trasladados en unas condiciones poco
seguras, pues las obras no estaban del todo conclusas.
Para agilizar la
terminación de la construcción, Ávila propuso a la Diputación
subdividir las contratas por lotes independientes. Se estableció
este procedimiento en 1876 para la terminación del segundo pabellón
de la izquierda, y en 1878 para terminar los tres pabellones de la
derecha. El lote correspondiente a la capilla se redactó en los
pliegos de Ávila en 1880.
Por su
importancia y grandiosidad, la obra fue incluyendo poco a poco nuevos
lotes y mejoras, entre las que destacaron, por ejemplo, la
instalación del fluido eléctrico el 14 de septiembre de 1898.
Durante muchos
años se siguió con la construcción del Hospital Civil Provincial.
Me atrevería a decir que, incluso hoy en día, sigue incorporando
nuevas construcciones, mejoras y, a veces, algunos cambios de
desacertada eficacia.
SU FACHADA
La fachada
principal del hospital correspondía al pabellón de entrada y
administración. Estaba formada por dos cuerpos separados por una
imposta de ladrillo. Los bajos, por un conjunto de ventanas que se
correspondían con los balcones del segundo cuerpo. Ambos estaban
adornados por unas grecas curvadas en su dintel. El cuerpo central,
ligeramente avanzado, comprendía la puerta principal con una ventana
a cada lado en la planta baja. De igual modo sobresalía el primer
piso con tres de sus balcones. Rematando el conjunto hacia arriba, se
encontraba un cuerpo triangular, que más adelante fue sustituido por
un cuerpo de reloj según el proyecto del arquitecto municipal J.
Jáuregui Briales en 1934. Por encima sólo quedaban dos campanas
ubicadas en un conjunto cuadrangular y separadas mediante un pequeño
tabique.
Al evocar hoy la
imagen de la fachada del hospital, lo primero que nuestra memoria
visual y auditiva rescatan es su reloj, un reloj de números grandes
al alcance de las vistas más desgastadas por los años, que disponía
de carillón de cuartos y horas, y que emitía un sonido contundente,
pero agradable y sencillo al mismo tiempo.
Resulta que este
reloj, comprado a finales del siglo XIX, en principio no tenía el
destino que hoy luce. Fue un regalo para la superiora de la comunidad
de las Hermanas de la Caridad, sor Josefa, con motivo de la
festividad de San José. Su destino, pues, era la capilla del
hospital. Con este fin, los empleados del hospital realizaron una
recaudación voluntaria de fondos de cinco pesetas por persona
(téngase en cuenta que entones el sueldo medio de los obreros era de
30 pesetas al mes y que el reloj costó 1.500 pesetas). Entonces, el
presidente de la Diputación, Sr. Mapelli, decidió su colocación en
la fachada del hospital.
El reloj fue
comprado en la casa M. Narváez Barbieri, fundada en 1888 en el
número 3 de la calle malagueña Juan Gómez García, e instalado por
un relojero alemán afincado en nuestra capital. Estuvo marcando el
tiempo del hospital hasta que aproximadamente en los años sesenta
dejó de hacerlo. El paso de los años, la humedad malagueña y el
polvo acumulado lo enmudecieron y lo estancaron en el tiempo.
En 1979 la
Diputación Provincial contactó con uno de los mejores relojeros del
momento, don José Heredia Cortes, que delegó esta responsabilidad
en su hijo, el joven relojero Juan Bautista Heredia Cuevas,
especialista en relojería gruesa, relojes de pared, carillones y
relojes grandes de edificios públicos. Sorprendentemente, al abrir
su caja se encontraron palomas muertas, cristales rotos, y los
dientes de la cuerda desdibujados por el polvo y la grasa que los
cubrían. Mediante un exhaustivo mantenimiento y puesta a punto, el
reloj del Hospital Civil siguió su andadura. Para ello se desmontó
toda su maquinaria y en un caldero con sosa cáustica se eliminaron
todos los elementos que impedían su funcionamiento. En aquel
momento, la reparación costó unas cuarenta mil pesetas.
En conversación
con el Sr. Heredia, se percibe a un profesional que habla del reloj
con gran devoción, a alguien que lo conoce en cada uno de sus
escondrijos y lo cuida como a un niño pequeño. Según el Sr.
Heredia, desde aquella puesta a punto:"el
reloj apenas ha tenido ninguna avería. Tan sólo una vez se rompió
la cuerda y hace más o menos un año, en 2006, se llenó de polvo
con la remodelación de la puerta”.
El Sr. Bautista
Heredia ha calculado su tiempo de cuerda a la perfección y sabe que
cada lunes tiene una cita con el reloj del hospital a las doce del
medio día, excepto el lunes santo, día en que los devotos del
Cautivo le impiden su acceso. Alguna vez que otra, cuando le toca
engrasar sus mazas, ha sido advertido por el personal de seguridad
del hospital, que pensaban que se trataba de algún enfermo
desesperado con intentos suicidas. Nada más lejos de la realidad:
tan sólo el cuidado amoroso del relojero por su máquina.
El acceso al
patio interior era a través de una preciosa reja de hierro forjado,
colocada en 1875. A través de su entramado dibujo se vislumbraba la
capilla al fondo. En su interior y a mano derecha había una campana,
el sistema de megafonía del momento. En la sesión de 12 de
noviembre de 1881, con don Antonio Guerra como presidente y don
Santiago Alonso como secretario de la Excma. Diputación, se
establecieron los toques correspondientes a cada llamada. Así, la
entrada del director era anunciada con seis campanadas; la entrada de
un herido, con 1 repique y tres campanadas, y la llamada del médico
para que se personara en urgencias constaba de 3 campanadas, dos si
se requería a un practicante, y una campanada y un repique si se
necesitaba la presencia de un camillero.
Hasta 1976 se
siguió utilizando la campana para avisar a los visitantes de los
enfermos de que la hora de visita había concluido. Con cinco
campanadas y un repique se alertaba para que desalojaran el recinto.
LA AYUDA DE LA
BURGUESÍA MALAGUEÑA
Como se ha
dejado entrever, la construcción del hospital estuvo acompañada de
penurias económicas. La Corporación Provincial se vio disminuida
hasta en una tercera parte en sus recursos por las injerencias
políticas, acompañadas de otros acontecimientos en la provincia de
Málaga como los terremotos, la epidemia de cólera y la caída de la
industria vinícola.
Gracias a la
colaboración de la burguesía malagueña, la empresa del hospital
pudo seguir su camino. En 1875, el segundo Marqués de Larios, don
Manuel Domingo Larios, trajo de París una cocina económica de
hierro y todo el material para la instalación de los lavaderos. De
forma desinteresada la cocina fue instalada por los operarios de su
fábrica y estuvo funcionando hasta 1969. Igualmente, la baranda de
las galerías fue financiada por don Carlos Larios, Marqués de
Guadiaro, como consecuencia de la caída de una Hermana de la Caridad
de la galería al patio. La testamentaria de don Ricardo Larios
costeó la terminación de un pabellón y habilitó con todo lujo una
sala de pediatría.
Con un importe
de 157.148 reales, la Sociedad Círculo Mercantil de Málaga costeó
otro pabellón cuyas salas, las de Ntra. Sra. del Carmen y la de
Ntra. Sra. de la Concepción, fueron perfectamente equipadas. Como
novedad del momento, disponían de cuartos de baño y retretes
inodoros. El último pabellón sin concluir fue sufragado por el
entonces gobernador de la provincia, don Antonio Cánovas y Vallejo.
No se puede dejar de nombrar a doña María Fontagud de Crooke, por
su valiosa contribución en las mejoras introducidas en el hospital.
En 1907 fue
importante la contribución de esta burguesía en la adecuación de
materiales e instalaciones, entre las que cabe destacar: la
consecución de la Sala de la Piedad por parte de la Sra. Iturbe, más
adelante princesa de Hohenzollerb; la mejora de la consulta pública
a cargo del conde de Miere; la apertura de la biblioteca por la Sra.
Alexandres, viuda de Rubio Argüelles; la instalación de Rayos X,
con el legado del Sr. Guerrero Rosales; el radio para los enfermos de
cáncer, por parte de la casa Larios, y por último, la sala de
hidroterapia para dementes y lavabos para niños, costeados por el
Sr. Van Dulken.
Pasados los años
aparecieron nuevos donantes. El día 8 de octubre de 1912, don
Joaquín Wunderlich y Cedrá cedió una importante colección de
cuadros y enseres de maderas nobles. Además, bajo el patrocinio de
la Cámara de Comercio, se hizo posible la inauguración de un
pabellón de infecciosos el 20 de agosto de 1910. Parte de esta
subvención procedía de los donativos realizados tras la espantosa
inundación que padeció Málaga en 1907. Por último, el
Ayuntamiento sufragó los gastos para el pabellón de infecciosos
correspondientes a mujeres.
Son tres
edificios, la capilla, la leprosería y el manicomio, los que deben
su existencia a estas clases privilegiadas y los que merecen un
apartado independiente.
LA
CAPILLA
Cuando en marzo
de 1872 los primeros enfermos se trasladaron del edificio antiguo al
nuevo, éste último no tenía todavía habilitado el espacio para
los remedios del alma.
El capellán del
establecimiento don José del Río y Sierra, y la superiora de la
comunidad, Sor María Fonteilles Chamut, empezaron a recopilar
utensilios para poder celebrar el culto religioso. El 21 de noviembre
de 1872 la capilla quedó abierta al público.
Doña Trinidad
Grund, viuda de Heredia, y doña Julia Grund, viuda de Larios,
hicieron posible la inauguración oficial de la capilla el día 3 de
mayo de 1876, gracias a los donativos que destinaron a sufragar su
construcción.
Situada en la
parte posterior del patio, tenía dos puertas de acceso, una a la
que se llegaba desde el propio patio mediante una escalinata, y otra
por la parte posterior a la que se accedía a través de la galería
del piso bajo y principal, por donde estaba adosada.
Su fachada tenía
una puerta de acceso y una ventana tipo ojo de buey, adornada con una
vidriera en rosetón, seguida en línea ascendente por una sobria
campana, que pendía de un arco de medio punto y daba al conjunto
identidad propia de edificio religioso.
De igual forma,
las fachadas laterales disponían cada una de cuatro ventanas
redondas, del mismo tipo de ojo de buey, que conducían la luz desde
el espacio exterior. Una sencilla pero majestuosa greca separaba en
su perímetro el cuerpo bajo y alto de la capilla.
En su interior y
al fondo se encontraba el retablo, presidido por una hermosa imagen
de la Virgen Milagrosa. Jalonando a dicho retablo, señoriales y
sencillas pilastras sostenían a su vez el arco que soportaba el peso
de la bóveda. A ambos lados de la nave central se encontraban cuatro
columnas de hierro fundido que daban soporte a las tribunas y al
coro, con la escalerilla a sus pies.
Además, la
capilla disponía de otros altares laterales secundarios, con sus
correspondientes retablos y algunas imágenes procedentes del viejo
hospital, como la ya comentada correspondiente a San Juan de Dios,
atribuible a Mena o a Zayas.
En sesión de 3
de mayo de 1876, la Diputación Provincial de Málaga acordó
agradecer a las viudas de Larios y Heredia su valiosa contribución
mediante una lápida conmemorativa. Tal decisión se publicó en el
boletín oficial de la provincia del 3 de junio del mismo año. La
lápida se colocó en el pilar izquierdo de la capilla.
El
21 de marzo de 1878, Ávila preparó los pliegos de condiciones y
presupuestos para la terminación del exterior de la capilla, con un
importe de 7.373,50 pesetas y que comprendía, entre otros, la puerta
exterior, las bajadas de agua mediante cañerías de zinc y hierro
fundido, así como la reparación del zócalo, la greca y el blanqueo
exterior.
Según se puede
desprender del reglamento de régimen interior de 1899, el hospital
contaba con dos capellanes para la atención espiritual de los
pacientes. De esta manera, uno de ellos siempre permanecía de
guardia para atender cualquier necesidad interior. El capellán era
el responsable de la celebración diaria de la santa misa y procuraba
la compatibilidad horaria con los quehaceres de las Hermanas de la
Caridad. Los capellanes eran también los intermediarios ante el
director del centro de cualquier petición de testamento,
reconocimiento de hijos o matrimonio.
Los domingos
eran los dos capellanes quienes celebraban misa en la capilla del
hospital, donde concurrían los pacientes convalecientes. De igual
forma, si surgía la necesidad, la misa se celebraba en la propia
sala, ya que todas contaban con un altar central situado en relación
a las camas de los enfermos.
En sus funciones
estaban ayudados por la figura de un sacristán, que además de
colaborar en la limpieza de la iglesia también participaba en los
actos religiosos, como la Eucaristía, el Santo Viatico y la
Extremaunción.
El estado
esplendoroso que ofrecía la capilla en 1901 era el resultado del
esfuerzo realizado por la superiora de las Hermanas de la Caridad,
sor Eugenia Reverd y Chabin, cuyo propio capital y tremendo empeño
hicieron posibles notables mejoras como la solería de mármol y el
enverjado de hierro.
Pasados los
años, Roma le concedió la autorización para su utilización como
capilla funeraria con la intención de dar sepultura a los restos del
Dr. Don José Gálvez Ginachero, pero la familia del finado no lo
aceptó.
Todo este
esfuerzo humano, religioso y arquitectónico no sirvió para nada:
con gran frustración para los que lo presenciamos, la capilla del
Hospital Civil fue demolida en su totalidad en 1976 ante fines más
funcionales y, por supuesto, carentes de espíritu artístico,
histórico y espiritual.
Hoy, en la
segunda planta del ala izquierda, cerca del área de dirección, hay
un pequeño espacio al que le llaman capilla. La sensación de agobio
que produce tan reducida estancia invita a rezar no más que un
Padrenuestro
MANICOMIO
En el año 1885
los enfermos mentales se encontraban albergados en el Asilo de los
Ángeles. Ante una nueva amenaza de cólera, decidieron establecer un
lazareto en dicho asilo y trasladar a los dementes al Hospital Civil.
Éstos fueron alojados en la enfermería denominada de San Antonio,
pero la convivencia con el resto de los enfermos no era fácil. Entre
otras cosas, el número de trasladados fue de 300, que junto a los ya
hospitalizados de otras enfermerías ascendían al máximo
establecido para el hospital: unas 500 camas. Se establecieron
tabiques de separación, pero el resultado fue poco eficaz.
Don Sebastián
Pérez Souviron, director del hospital, utilizó la buena amistad que
le unía a la casa Larios y solicitó fondos para la edificación de
un nuevo pabellón, independiente del hospital pero construido dentro
de su recinto. Una vez más, la burguesía malagueña ayudó en este
sentido. Los señores don Enrique Crooke y Larios y don José Aurelio
Larios, quisieron de este modo perpetuar la memoria de su tío don
Carlos Larios Martínez Marqués de Guadiaro.
El edificio fue
encargado al arquitecto Eduardo Strachan y tenía una superficie
construida de 4.170 metros cuadrados en una sola planta sobre un
sótano. El diseño arquitectónico estaba basado en la funcionalidad
y finalidad psiquiátrica a la que estaba destinado el edificio,
prevaleciendo así los criterios médicos en el contenido del
proyecto.
La entrada al
edificio se hacía a través de un camino que venía desde la entrada
principal del hospital. Presentaba un cuerpo central donde estaba
instalada la dirección médica y la portería, que a través de un
gran vestíbulo se comunicaba a ambos lados con los departamentos
correspondientes para hombres y mujeres. Cada departamento estaba a
su vez subdividido en espacios independientes para convalecientes,
sucios, agitados y estancias individuales para furiosos. Cada
pabellón comprendía un amplio dormitorio, ropero, vigilancia, sala
de ocio, cuarto de baño, retrete y patio. En la parte posterior del
edificio, a unos cincuenta metros, se contaba con una zona de sol y
recreo para los pacientes.
La entrega del
edificio se produjo el último día del año 1898, pero el traslado
de los enfermos y la inauguración oficial no se produjo hasta el
20 de marzo del año siguiente. La casa Larios completó el ajuar del
manicomio con doscientas camas y toda la ropa necesaria para las
mismas.
Los pacientes
estaban divididos en dos secciones, mujeres y hombres. Las primeras
tenían designadas un profesor de sala, mientras que a los hombres
les atendían dos profesores que procedían de la sección de
medicina del hospital y contaban con experiencia en prácticas
psiquiátricas. Éstos estaban ayudados por practicantes y enfermeros
igualmente especializados.
El manicomio
gozaba de una amplia zona verde a su alrededor debidamente cercada y
en la que se encontraba una bonita huerta. En su entrada se colocó
una preciosa fuente de mármol blanca procedente del Convento de
Santo Domingo.
En el edificio
primitivo, que se bautizó con el nombre de San Carlos, quedó
constancia la donación realizada por la casa Larios mediante una
lápida conmemorativa que colocó la Excma. Diputación Provincial.
Como el resto
del hospital, este departamento sufrió modificaciones y la
edificación de anexos en los años siguientes. Así, en 1918, se
construyeron ocho celdas de aislamiento, y en los años 1924, 1930 y
1933 se realizaron remodelaciones y ampliaciones sobre el edificio
original. La remodelación de 1933 supuso la edificación de un
pabellón independiente que se denominó “Sala 27”, inaugurada el
20 de diciembre.
LEPROSERÍA
Existía una
segunda necesidad en el hospital, los enfermos de lepra, y don
Sebastián Pérez Souviron fue consciente de ella. Era urgente buscar
un espacio aireado para los enfermos, tan temidos y recluidos
socialmente en aquel momento, por un falso temor al contagio.
No tardó el
director del hospital en establecer conversaciones con don Francisco
Galwey, letrado de gran influencia en la Testamentaría de don
Aniceto Borrego Bracho, quien contaba con una jugosa suma para fines
de caridad. Ambos mecenas, financiados por la generosidad del
fallecido, contrataron al Sr. Hidalgo la obra presupuestada en
37.400 pesetas sobre unos terrenos cedidos igualmente por la casa
Larios.
El 15 de julio
de 1899 fue colocada la primera piedra, en presencia del arquitecto
provincial don Manuel Rivera Valentín, don Ricardo Carrera y el Dr.
Don Manuel Casado y Sánchez de Castilla. El 8 de marzo de 1900 se
inauguró con el nombre de San Aniceto, en memoria del donante y en
cuyo nombre se levantó una lápida de mármol conmemorativa.
El edificio
estaba formado por un pabellón de planta baja con dos cuerpos y sus
correspondientes patios, y tenía una capacidad para 80 enfermos.
Años después, en 1918, fue ampliado con unos pabellones
complementarios donde se instalaron la cocina y un lavadero.
Los Alrededores
Parte de los
terrenos comprados para la construcción del hospital se destinaron a
las vías públicas de sus alrededores. La alineación de la zona fue
establecida por el arquitecto municipal en marzo de 1864 y aprobada
en 1871.
La construcción
del hospital imponía un replanteo de los terrenos circundantes,
antiguos pasos y veredas que había que remodelar. Entre otros se
encontraba el Cuartel de la Trinidad, del que se ocuparon parte de
sus terrenos, obras antiguas de su construcción y la remetida de su
pared. El cuartel quedó indemnizado por dichas intervenciones.
El hospital
dejaba para vía pública espacio suficiente para la demarcación de
dos calles: una de 5.730m2
frente
al propio hospital y otra más pequeña de 3.232 m2,
que daba acceso a las casas y terrenos de la Trinidad.
También era
necesaria una buena comunicación desde el centro de la ciudad, razón
por la que en 1875 se proyectó una avenida de 25 metros de latitud,
llamada Avenida del Hospital Civil.
En los primeros
años del siglo XX, la comunicación entre el hospital y el centro de
Málaga a través de la citada avenida era un tanto peligrosa. La
ausencia de edificios y la presencia de maleantes por la noche ponían
en peligro la seguridad de los que la atravesaban. En más de una
ocasión, ginecólogos como el Dr. Narbona tuvieron que utilizar su
bastón para defenderse en el camino hasta a su llegada al hospital,
cuando de forma intempestiva éstos eran requeridos por el ingreso de
alguna parturienta. “El Frasquito”, un cochero
de
los alrededores, ayudaba a los médicos en esta arriesgada aventura
con su carromato de caballos.
En 1913, esta
avenida fue mejorada con aceras de dos metros de anchura por el
Ingeniero de Caminos Luis Arango, tras la terminación del puente de
Armiñán. Al final de la avenida y delante del hospital se
estableció una glorieta circular con elegante arboleda y otros
elementos de jardinería ornamental. Después de la muerte del Dr.
Gálvez en 1952, la Avenida del Hospital Civil pasó a llamarse Avda.
Dr. Gálvez Ginachero, tras petición de la Diputación y la Junta
Directiva del Colegio Oficial de Médicos al Ayuntamiento de Málaga.
EL PROBLEMA DEL AGUA
En su proyecto,
Moreno Monroy no establecía nada en relación con el suministro del
agua para el hospital. Por su situación se planteaban dos
posibilidades: traerla desde el centro de la ciudad -en donde, como
ya hemos mencionado, había escasez-, o desde Torremolinos, cuyo
caudal que podía ofrecer se desconocía en ese momento.
Para llevar a
cabo la obra se abrieron dos pozos de unas treinta varas de
profundidad, pero resultaban escasos. Este hecho fue denunciado en su
momento por el Sr. Paliza.
Era necesario
resolver de forma definitiva el suministro de agua, pues las
canalizaciones se debían realizar mientras el edificio estuviera en
construcción. Lo mismo sucedía con las canalizaciones de aguas
sucias y la procedente de la lluvia.
El arquitecto
municipal planteó el problema a la Diputación. La Junta Provincial
de Beneficencia reclamó al Ayuntamiento la titularidad de las dos
pajas de agua que gozaba el antiguo Hospital de la Caridad. Se le
reconoció al hospital su petición y la posibilidad de tomar el agua
de una alcantarilla cercana, de una alcantarilla de la Trinidad. En
la cesión quedaba claro que esta prestación se suspendería en el
caso de que el edificio dejara de ejercer su finalidad de ayuda al
menesteroso.
EN SU RECINTO
No se pueden
menospreciar otros pabellones de menos importancia arquitectónica
pero de gran utilidad, como eran el depósito de cadáveres y el
lavadero.
El depósito de
cadáveres se construyó como un pabellón sencillo de planta
rectangular. Una verja de acceso conducía a dos salas, el velatorio
a la izquierda y una amplia y con buena luz al final de la estancia,
en donde, con el paso de los años, los alumnos de la Facultad de
Medicina pudimos realizar las primeras prácticas de anatomía.
Estaba situado al noroeste del hospital y con salida independiente
del conjunto hospitalario.
Por los
alrededores de 1917, un empleado del hospital, José de la Torre
Corpas, alias el “Pipo”, era el encargado del traslado de los
cadáveres hasta este depósito. Disponía de dos artilugios para su
traslado: el “cajón” y la “bicicleta”.
En el primero, y
con la ayuda de un enfermero, el Pipo colocaba a los pacientes
difuntos tapados con un hule. A continuación, introducía el cajón
en una especie de carrito que tenía dos grandes ruedas de radios
similares a los de las bicicletas, de ahí su nombre. Así realizaban
los cadáveres su último paseo.
En los años 70
se podían oír de forma simultánea los sollozos de los familiares
de los difuntos junto a la alegría y las risas propias de los
estudiantes en las prácticas de disección.
El lavadero
estaba situado al suroeste del edificio de las enfermerías. Tenía
un patio cuadrangular con los dispositivos correspondientes para el
tendido de la ropa.
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