CAPÍTULO
XII
FUNCIONAMIENTO
DEL NUEVO HOSPITAL
REGLAMENTO
PARA GOBIERNO Y RÉGIMEN INTERIOR
Según
reglamento fechado en 1899 en la imprenta de tipografía “El
Cronista”, se puede saber cómo transcurría el día a día en el
Hospital Civil Provincial San Juan de Dios y los componentes de su
organigrama jerárquico y funcional.
La máxima
autoridad la constituía la figura del visitador médico, cargo
honorífico y gratuito ostentado por un diputado provincial, y cuya
función principal era la de inspeccionar el hospital y corregir sus
deficiencias.
La figura del
director estaba desempeñada por el profesor más antiguo del cuerpo
médico-quirúrgico e, igualmente, era un cargo honorífico y
gratuito. A él estaban subordinados todos los empleados del
establecimiento. Era su responsabilidad el buen funcionamiento del
centro, labor que compartía con el visitador. Además realizaba la
programación de guardias médicas, presidía las juntas facultativas
y realizaba el traslado del personal sanitario auxiliar, entre otras
funciones.
La
administración la llevaba, lógicamente, el administrador, que tenía
que tener al día un sinfín de libros de cuentas. Entre ellos se
disponían: un libro de caja donde constaban los gastos e ingresos
diarios; un libro de cuentas a los acreedores; un libro de
presupuestos; otro copiador de comunicaciones oficiales; uno de
enfermeros y sirvientes, donde constaban los días de ingreso y
despido así como el sueldo; y, finalmente, un libro de registro de
facultativos.
Además del
seguimiento de los citados libros, también realizaba una vez al año
el inventario de todos los enseres del establecimiento, con sus bajas
y nuevas adquisiciones, así como el presupuesto ordinario. Rendía
cuentas al contador los días seis de cada mes, y el día 8 de julio
de cada año para los presupuestos de carácter anual.
El administrador
tenía una caja donde depositaba los haberes del hospital. Ésta
disponía de dos llaves, una que estaba en su poder y la segunda en
manos del interventor, pero el administrador, tenía la autorización
de tener fuera de la caja hasta doscientas cincuenta pesetas en
metálico para los gastos menores.
El interventor,
además de ser el dueño de la segunda llave, gozaba de poder
fiscalizador sobre la administración y poseía un buen número de
libros de registro, al igual que el administrador.
Se contaba con
una oficina o departamento llamado Comisaría de Entradas que,
extrapolado al momento actual, vendría a ser como el departamento de
admisión de enfermos de nuestros hospitales.
Los facultativos
del hospital eran llamados en su conjunto profesores de las distintas
secciones de medicina, cirugía y farmacia, y se distinguían en
cuanto a la calificación, con la correspondiente denominación en:
número, agregados o auxiliares, según la categoría y el grado de
responsabilidad con que eran designados.
Al frente de
cada sección y bajo su responsabilidad figuraba el profesor más
antiguo de los de su clase. Entre sus funciones estaba la de
verificar el cumplimiento de la asistencia profesional, la existencia
de ropas y utensilios necesarios, y la frecuencia de los alimentos y
medicinas. Del mismo modo, sus responsabilidades también pasaban por
la observación de la higiene, el control del horario de las visitas
médicas, la distribución de los profesores en sus salas, y la
convocatoria y presidencia de las llamadas juntas facultativas.
A su vez cada
sección estaba dividida en distintas enfermerías, presididas por un
profesor que era el jefe inmediato de todo lo relativo a la
asistencia facultativa.
El horario de
visita a las salas se realizaba a las siete de la mañana desde mayo
a septiembre, y a las ocho en el resto de los meses del año. Además
había una segunda vista en horario de tarde realizada bien por el
profesor de la sala correspondiente o por el profesor de guardia.
La visita estaba
integrada por un cortejo que comprendía el profesor de la sala, el
profesor auxiliar, el practicante, una Hermana de la Caridad y los
enfermeros. El practicante era el encargado de anotar las pautas de
tratamiento y alimentación. Una vez revisadas por el profesor, se
procedía a la botica para las medicinas y la Hermana de la Caridad
se encargaba de lo relativo a la alimentación.
Tanto la sección
de medicina como la de cirugía celebraban con carácter mensual
juntas facultativas equivalentes a lo que hoy entendemos por una
sesión clínica, donde se debatían los temas científicos relativos
a las enfermedades y a los enfermos ingresados.
Las funciones de
los practicantes estaban dirigidas por el practicante mayor, algo así
como el director de enfermería de nuestros tiempos actuales. Los
enfermeros, además de realizar las visitas diarias, atendían las
curas, administraban las medicinas, realizaban guardias de 24 horas y
practicaban las sangrías que con tanta frecuencia se utilizaban en
el momento.
También se
contaba con los mal denominados “enfermeros y enfermeras”, pues
parece que dichos cargos correspondían a los actuales de auxiliar de
enfermería, ya que sus funciones pasaban por servir la comida, hacer
las camas y asistir a las necesidades higiénicas de los pacientes.
Por otra parte, estaban los llamados “mozos de limpieza”, que en
parte correspondían a la figura presente de celador o celadora.
Por
último, y en cuanto al organigrama se refiere, el hospital contaba
con personal no sanitario como ordenanzas, porteros, escribientes y
auxiliares.
Todos los años
el hospital se veía gratificado con la visita de los Reyes Magos,
acompañados por las autoridades del momento. Sus majestades eran
previamente invitadas por el abogado, cronista y poeta malagueño don
Narciso Díaz Escovar, que les acompañaba en la visita. Los niños
ingresados en las Salas de San Juan Bautista y San Manuel recibían
juguetes y caramelos, dulces sorpresas que confortaban a los enfermos
más pequeños.
DE LOS ENFERMOS
Y SU ASISTENCIA
Después de los
trasladados desde el viejo centro, los primeros enfermos que llegaron
al hospital fueron los heridos en las revueltas producidas en 1873
con motivo de la proclamación de la I República.
El hospital
ofrecía una asistencia destinada a todos los enfermos pobres y
desvalidos de la provincia. Al centro llegaban bien por voluntad
propia o por solicitud de la familia, la autoridad o el párroco de
su entorno. También eran acogidos los heridos y transeúntes que no
gozaban de albergue y familia.
Antes de 1885 no
se admitían a enfermos enajenados, como se ha mencionado con
anterioridad. Los enfermos con enfermedad infecto-contagiosa no se
admitían sin antes asegurar una zona de aislamiento y separación.
Los presos, en principio, no eran admitidos, pues el hospital tenía
carácter benéfico y de caridad, y no era albergue de corrección.
Sólo en casos excepcionales y de forma provisional, pacientes de
este tipo ingresaban por orden de la autoridad competente.
Los
ingresos regulares se realizaban por la mañana, media hora antes de
la visita de los médicos a la sala y siempre precedidos por un
reconocimiento médico. Existía el ingreso extraordinario a
cualquier hora por orden y juicio del profesor de guardia. Los
ingresos estaban lógicamente condicionados por la disponibilidad de
camas libres.
También se
contemplaba la posibilidad de asistencia sin ingreso, mediante la
cual los pacientes permanecían en una pequeña dependencia que se
denominaba consulta pública, el equivalente al hospital de día o a
las actuales consultas externas.
Dejando a un
lado la asistencia médica, podemos ocuparnos de la faceta “hotelera”
del hospital, es decir, del buen servicio de cocina del que
disfrutaban los pacientes. Se disponía de pan, carne de vaca,
tocino, huevos, gallina, leche de vaca, cabra y burra, arroz,
garbanzos, fideos, habichuelas, patatas, chocolate, bizcochos y vino
común.
La designación
de los alimentos, siempre bajo prescripción facultativa, estaban
clasificados en: ración, media ración, dieta animal y dieta
vegetal. En cada una de ellas estaba establecida su composición y
cantidades. La administración en presentaciones solidas y los caldos
que de ellas derivaran, se realizaban en función de la patología
que presentara el enfermo.
El personal
asistencial constituido por enfermeros y asistentes recibía la misma
ración, aumentada en 180 gramos de pan, y la sustitución de las
verduras asignadas en el almuerzo.
Se comía
pasados quince minutos de la visita médica por la mañana. El
almuerzo era a la una de la tarde y la cena, a las cinco y media en
invierno, y una hora más arriba durante el verano. Los pacientes de
pago tenían el privilegio de disfrutar de una dieta en proporción a
su pago por asistencia.
En cuanto al
régimen de visitas a los enfermos se refiere, los allegados y
familiares tenían permitida la visita dos días en semana: jueves y
domingos en horario de diez a once de la mañana para las mujeres, y
de dos a tres de la tarde para los hombres. No estaba permitida la
estancia de más de tres personas por enfermo y el tiempo total de
permanencia en el hospital era de media hora. Durante el periodo de
visita, se duplicaba en número la vigilancia por parte de las
Hermanas de la Caridad, enfermeros y practicantes, con el fin de
evitar que los enfermos recibieran comida de los visitantes y
pudieran con esto agravar su enfermedad.
LOS DIRECTORES
DE LA PRIMERA FASE DE LA NUEVA UBICACIÓN
DR.DON
CARLOS DÁVILA BERTOLOLI,
fue médico segundo desde el 4 de febrero de 1873, cuando el hospital
todavía seguía funcionando en los alrededores de la catedral.
De familia de
abolengo malagueña, este médico, no muy alto pero de aspecto
atlético y carácter serio, fue más tarde el primer director del
hospital en su nueva ubicación.
Tras dura
oposición, ascendió a médico primero de la sección de cirugía el
12 de noviembre de 1877, cargo que le hacía ostentar de forma
inmediata la dirección del hospital, que ocupó hasta 1897.
No sería éste
el único cargo que ejercería, ya que don José Carreño de la
Cuadra, gobernador civil de Málaga, lo nombró alcalde interino en
1881. El Ayuntamiento de este momento, presidido por don José
Alarcón Luján, estaba constituido por un cabildo casi vacío, pues
la corporación presentaba 27 vacantes entre bajas, renuncias y
fallecimientos.
Bajo los lemas
de justicia y libertad, don Carlos Dávila Bertololi aceptó tal
responsabilidad a sabiendas de que su empresa no sería fácil. Le
tocó desempeñar la dirección de un ayuntamiento lleno de deudas y
sin ningún remanente económico. Y por eso de que las desgracias
nunca vienen solas, en las noches del 5 y 6 de abril de 1881, Málaga
se inundó una vez más y los barrios el Perchel y la Trinidad se
vieron anegados hasta tal punto teniendo que las barcas tuvieron que
salir a sus calles. El Ayuntamiento recurrió al pueblo iniciando una
suscripción popular encabezada por su alcalde y los concejales.
En este mismo
periodo, la compañía de gas amenazó con el corte del suministro
para el alumbrado público ante la falta de pago.
Hay
que decir que el gas Lebón había llegado a la ciudad en 1854, que
su explotación ya estaba perfectamente comercializada y que el
Ayuntamiento estuvo a punto de producir en dos ocasiones la ruina de
la fábrica por culpa de sus tradicionales y enfermizos impagos.
En esta situación de penuria llegó
su nombramiento oficial del alcalde en propiedad el 27 de junio de
1881, cargo que ejercería hasta 1883.
Siguió su labor
como alcalde sin olvidar sus raíces de médico, por lo que insistió
de forma prioritaria en aquellas cuestiones referentes a la salud
pública. Su política restrictiva le llevó a suprimir las fiestas
de agosto en Málaga con la idea de utilizar su presupuesto, unas
8.750 pesetas, en otras necesidades más urgentes para la ciudad,
como la subida de los paredones del Guadalmedina, destruidos
tras las últimas inundaciones.
Este médico de
pronto serio, pero de gran corazón y buenos sentimientos ocultos
tras su poblada barba negra, fue también presidente del colegio de
médicos desde noviembre de 1880 hasta finales de 1881.
Fue motivo de
crítica de algunos malagueños, entre los cuales se encontraban
compañeros suyos, que con demasiada severidad, y a través de la
revista del colegio “La Clínica de Málaga”, expresaron su
disconformidad. Todos estos acontecimientos obligaron al Dr. Dávila
a pedir permiso para ausentarse de la ciudad, licencia que se le fue
concedida.
El 5 de julio de
1883 el gobernador de la provincia dio paso a la lectura de la real
orden por la que se nombraba a don Ildefonso Gonzales Solano como
nuevo alcalde de Málaga.
Sin embargo, el
personal del hospital, los enfermos y la Diputación Provincial sí
supieron valorar la labor de este médico. Así quedó plasmado en
una lápida conmemorativa colocada en la primitiva Sala de San
Carlos:
“San
Carlos. Testimonio de la alta consideración y cariño que al cuerpo
médico-farmacéutico, capellanes y hermanas de la caridad de este
hospital les merece su digno director, el Excmo Sr. D. Carlos Dávila
Bertololi. - 1 mayo 1897”.
DR. DON
SEBASTIÁN PÉREZ SOUVIRÓN,
fue director del hospital desde el 21 de abril de 1898 al 25 de enero
de 1923. Hemos mencionado su gran labor en la consecución del
manicomio y en la leprosería del hospital. Gracias a su empeño e
interés, y a la amistad que le unía a la familia Larios y al Sr.
Galwey, se pudieron hacer realidad ambas empresas. A pesar de que los
médicos de Málaga de este momento publicaban poco, sí hay
constancia de un artículo de este médico: “Aneurisma de la
arteria femoral”, fechado en 1881.
Durante la
dirección del Dr. Pérez Souvirón, un hecho trágico para Málaga
influyó de alguna manera en la prosperidad del hospital. El 16 de
diciembre de 1900, debido al fuerte temporal, la fragata alemana
Gneisenau trató de acceder al recinto portuario hacia las once y
media de la mañana. A primera hora de ese día, el comandante
Kretschmann había renunciado a la invitación de las autoridades
para refugiar la nave. Poco después, el fuerte oleaje rompió las
anclas y la fragata fue arrastrada contra las rocas de La Farola. Los
habitantes de Málaga intervinieron de forma activa ayudando a la
evacuación de los supervivientes. Murieron 41 personas, de las
cuales 12 fueron voluntarios malagueños. Este hecho justifica en el
escudo de la ciudad la leyenda “La muy hospitalaria”.
Fuente: fragata alemana Gneisenau.Archivo Temboury |
En cuanto al
hospital se refiere, el Kaiser de Alemania Guillermo II, en
agradecimiento a la entrega del pueblo de Málaga, dotó al centro
sanitario de un excelente laboratorio en 1907.
Tenemos
referencias que apuntan a que en el año 1921 en dicho laboratorio,
que estaba bajo la dirección de un farmacéutico, sólo se
realizaban análisis de orina, por falta de medios y por lo que
alegaba este señor, que considero algo más grave:
. . .
“porque ¿para qué? Si muchos médicos no entenderían los
resultados de análisis más complejos”.
DON JOAQUÍN
CAMPOS PEREA Y DON FERNANDO RUIZ DE LA HERRANZ, fueron
dos directores de paso, debido a las presiones políticas del
gobierno del general Primo de Rivera, que anunció que la dirección
del hospital sería para el Dr. Gálvez Ginachero.
Ante la noticia
de su inminente sucesor, el Dr. Campos renunció el 8 de febrero de
1923. Con el fin de dar cobertura legal se procedió a una nueva
votación a favor del Dr. Ruiz de la Herranz, quien no aceptó el
nombramiento por el mismo motivo.
El Dr. Ruiz de
la Herranz era natural de Málaga y estudió en Barcelona, donde
obtuvo su licenciatura en 1881. Empezó ejerciendo la medicina
general en el campo rural, pero sus aspiraciones científicas le
condujeron, tras oposición, a ingresar en el hospital cuando el Dr.
Dávila figuraba como director. Pasados sus cuarenta años conoció
al profesor Grancher, del que aprendió lo que sería su verdadera
especialidad: tratar a los enfermos de pecho y corazón. Cuando era
impensable la función docente en el ámbito de la medicina de la
época, él se dedicó con gran entusiasmo a transmitir sus
conocimientos a los jóvenes médicos principiantes. Murió a los 65
años el día 6 septiembre de 1927. El Dr. Don Rafael Pérez Bryan lo
recordaba así en la Revista Médica de Málaga:
“(...)
Su actividad en el Hospital Civil fue intensa. Organizó sus clínicas
con moderno espíritu científico; hizo su consulta externa numerosa
perfectamente atendida y llevada con todo esmero, empleó toda clase
de técnicas y medicaciones para poder juzgar con perfecto
conocimiento de causa de la utilidad, beneficios o inconvenientes de
ellas; (...) organizó cursillos, conferencias y formó una colección
de especializados de los que hay algunos que hacen honor al maestro
(...)”.
PROBLEMAS
SANITARIOS EN LA MÁLAGA DEL FINAL DEL PRIMER CUARTO DE SIGLO XX
Con el nuevo
hospital parecía que la salud de los malagueños estaba asegurada,
pero un nuevo enclave con adelantos asistenciales no era suficiente
para considerar a Málaga como una ciudad sana. Había grandes
problemas de educación sanitaria y de salubridad pública que la
seguían haciendo débilmente comprometida en temas sanitarios.
Los adelantos en
materia de bacteriología estaban demostrados y desde 1894 se sabía
a ciencia cierta los agentes causales de las temidas pandemias de
épocas anteriores. En concreto, se tenía conocimiento de que el
bacilo que causaba la peste bubónica correspondía a la Yersinia
Pestis. Para poder diagnosticar a ciencia cierta esta enfermedad,
Málaga contaba con un laboratorio municipal dirigido por el Sr.
Siervet.
La población de
los nuevos barrios obreros vivía hacinada en los llamados
“corralones”, casas multivecinales con un patio común que
gozaban de un solo servicio para el aseo de todo el vecindario. Dicho
aseo generalmente se encontraba próximo a un pozo o grifo también
comunes y que suministraban agua de dudosa potabilidad.
De aquí se
desprenden dos hechos: la posible contaminación del agua de
suministro por culpa de las residuales y el contagio multitudinario.
Además, esto constituía un escenario ideal para que roedores e
insectos colonizaran a sus anchas. Todo lo mencionado, unido al
aumento de la mendicidad, convertía a la ciudad en un medio ideal de
cultivo para desencadenar cualquier proceso infeccioso.
Entre febrero y
marzo de 1923 la prensa del momento denunció algunos casos
posiblemente de peste bubónica padecidos por obreros de la zona de
la Coracha y la Pelusa. Se tiene constancia de algún enfermo con
esta patología ingresado al comienzo de sus síntomas en el Hospital
Civil.
El Ayuntamiento
estableció un hospital, parecido al de los antiguos lazaretos en la
zona norte del Guadalmedina. Con esto trataba de no esclarecer la
veracidad de la enfermedad y solucionar el problema. Asistieron a la
entrega de este improvisado hospital el gobernador de la provincia,
Sr. Queipo de Llano, y su alcalde, don José León Donaire.
Una explicación
al encubrimiento de la enfermedad salió a relucir, como siempre
fundamentada en los intereses económicos: el temor al cierre del
puerto y a que no llegaran visitantes a las venideras fiestas de
Semana Santa. Cabe mencionar que Málaga, por aquel entonces y debido
a la fama de su clima, ya era atractivo turístico.
La importancia
de la peste bubónica trascendió hasta el Gobierno, que tomó cartas
en el asunto contradiciendo con los pareceres del Ayuntamiento. Éste
último, quitando importancia a los acontecimientos, consideró
exageradas las medidas adoptadas a nivel central.
Como resultado
de todos los dimes y diretes, el gobierno Civil estableció una serie
de medidas estrictas: campaña raticida, incidencia en la limpieza
pública y privada, desinfección de los barcos al entrar y salir del
puerto, y la vacunación de la población.
Estas medidas,
si bien no se cumplimentaron al cien por cien, fueron suficientes
para que a finales del mes de junio el ministerio de la gobernación
felicitara a Málaga por el logro conseguido, según se hizo constar
en el acta capitular de la sesión del 28 de junio de 1923.
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