Buenos días seguidores,después de unos días gastronómicos,retomo los capítulos del libro que os dije que pondría en mi blog. El capitulo de hoy esta dedicado a una dependencia muy importante del hospital:Su farmacia.Espero que os guste.
CAPÍTULO
IV
DE LAS TERAPIAS Y
UNGÜENTOS A LA FARMACIA HOSPITALARIA
LA
FARMACIA DEL HOSPITAL
La farmacia del hospital, como
cualquier otra farmacia del siglo XVI, contaba con un ajuar compuesto
de enseres como almireces, espátulas de hierro, morteros de piedra,
jaroperas y otros más que servían para la preparación de las
formulas magistrales al uso. Éstas se dispensaban en forma de
jarabes, pócimas, aceites, ungüentos e infusiones, bajo las
directrices de las farmacopeas de Oviedo y Dioscórides.
Al comienzo, la Hermandad de la
Caridad elaboraba sus propios preparados, pero más adelante los
hermanos contrataron los servicios de un boticario, don Francisco
Artacho, quien, en el establecimiento hospitalario y con los recursos
de los hermanos, elaboraba los principios terapéuticos prescritos
por la clase médica.
El contrato establecido entre los
hermanos mayores, el administrador del hospital y el boticario Sr.
Artacho se realizó el 30 de agosto de 1678 y tenía una vigencia de
cuatro años. En él, el boticario se comprometía a acompañar en su
visita diaria a los médicos y cirujanos, para saber así las
prescripciones que se le encomendaban. También tenía la obligación
de devolver todo el material y principios medicinales a la hermandad.
Por último, se le concedió el derecho de poder vender medicinas a
cualquier persona fuera del hospital. El Sr. Artacho recibía un
sueldo de 500 ducados anuales, con entregas de 65 reales a la semana
y dos pagas, una por Navidad y otra por la fiesta de S. Juan. El
valor de las medicinas que de la farmacia del hospital, antes de la
cesión a los Hermanos de San Juan de Dios, ascendía a 404 reales.
Al pasar la titularidad del hospital a
los hermanos de San Juan de Dios, éstos buscaron una fórmula que
redujera los costes debido a la precaria situación que presentaba el
inmueble tras el cierre del corral de comedias. Decidieron dejar de
elaborar los principios terapéuticos en la entidad, contratando los
servicios de un boticario en su propia botica. El contrato se
estableció el 13 de enero de 1834 con don Joaquín María Canales y
Carbonel, y contenía once cláusulas de obligatoriedad entre las
partes. Así el Sr. Canales se comprometía a abastecer de medicinas
a todos los enfermos del hospital, con la excepción de las
sanguijuelas y las leches de vaca, burra y cabra, empleados también
como principios terapéuticos en aquellos años. La
duración del contrato quedó establecido en dos años, aunque
pasados los primeros seis meses y con un aviso de quince días de
antelación, podía quedar rescindido. Tras una revisión de precios,
el Sr. Canales cumplió con su contrato como estaba establecido hasta
el 31 de diciembre de 1835.
Los principios terapéuticos
utilizados en Málaga ante las epidemias de fiebres tercianas y
carcelarias eran principios tradicionales basados en las sangrías,
si bien se imponían nuevos conceptos y terapias: la utilización del
vinagre como antiséptico y el empleo de la quina como antifebril.
Cabe destacar a finales del siglo
XVIII la aparición de un nuevo medicamento, la opiata, una
combinación de antimonio, quina y álcali animal inventada por el
Dr. Masdewall. Su mayor eficacia quedó demostrada en el tratamiento
de cuadros febriles. Estos nuevos principios terapéuticos
convivieron con la todavía dominante corriente naturista de
principios del siglo XIX, en cuyos inventarios se encontraban
elementos terapéuticos subdivididos en: tierras y piedras, yerbas y
sustancias vegetales, raíces, cortezas, leños, flores, frutos
simientes, aceites destilados aromáticos, mieles y polvos. La
farmacia era una auténtica cocina de la salud.
Según un reglamento de régimen
interior fechado en 1864, la farmacia del hospital estaba bajo la
responsabilidad del profesor farmacéutico. Éste tenía la
exclusividad de regentar la farmacia del hospital y contaba con la
ayuda de dos Hermanas de la Caridad, quienes colaboraban en la
elaboración de los medicamentos y eran las responsables de la
higiene de la dependencia y de todo el material. En estos momentos ya
se realizaban registros e inventarios de cada uno de los elementos de
la farmacia. Sus necesidades eran tramitadas al vocal visitador de la
junta de beneficencia, y los informes de los consumos realizados se
emitían a la contaduría del hospital de forma diaria. Todos estos
partes eran firmados por el farmacéutico y las dos Hermanas de la
Caridad.
A finales del siglo XIX la farmacia
seguía bajo la dirección de un profesor farmacéutico, quien tenía
prohibido, según un nuevo reglamento de régimen interior, la
posibilidad de regentar otra farmacia fuera del hospital. De igual
forma, se le recomendaba vivir en el hospital, y si esto no se podía
cumplir, debía permanecer en él de ocho a doce de la mañana y de
cuatro a seis de la tarde. Estaba asistido por los practicantes de
farmacia, que tenían una presencia física permanente mediante
guardias de veinticuatro horas. Entre sus funciones estaban las de
ejecutar las órdenes del profesor, dispensar las medicinas y cuidar
de la limpieza de la botica:
“Cuidar de que las vasijas,
botellas o tarros donde se depositan las medicinas recetadas pasen a
las enfermerías, rotuladas con el número de la cama del enfermo e
indicación si tiene uso interno o externo, para evitar
equivocaciones lamentables y que las vasijas vayan tapadas para que
no caigan insectos que puedan repugnar al enfermo”. Art.157
RGRI.1899.
En el enclave
actual del hospital, la farmacia se
encontraba situada en el cuerpo posterior de la planta baja, frente a
la puerta interior de la capilla. En 1950 estaba bajo la dirección
de don José Bello Marín. Además de los practicantes
correspondientes, contaba con la ayuda de la Hermana de la Caridad
sor Rosario.
He
tenido la oportunidad de conocer a doña María del Pilar Sánchez
García-Camba, farmacéutica
y posteriormente Jefe de Servicio de Farmacia en el Hospital Civil,
cargo que continuó desempeñando en el Hospital Virgen de la
Victoria hasta su reciente jubilación. A ella le pedía consejo
cuando me atrevía a realizar los medios y soluciones necesarias para
el mantenimiento de los tejidos en el Banco de Tejidos del Centro de
Transfusión Sanguínea de Málaga. Amablemente y con la sencillez
que le caracteriza, me ayudaba y me proporcionaba los medicamentos
necesarios para su preparación. De igual manera, ahora me ha ayudado
a engranar la historia de la farmacia de este hospital.
“Era finales del año 1966
cuando me incorporé a la farmacia del Hospital Civil. En esas
fechas, su responsable era don José Bello Marín, quien durante el
mes de diciembre de ese año me mostró, con gran entusiasmo, los
quehaceres diarios de la farmacia, tanto en su vertiente técnica
como administrativa. De aquella primera época recuerdo
particularmente la eficiente y estricta gestión de los
estupefacientes, así como el extraordinario celo en su trazabilidad,
teniendo en cuenta que mensualmente se remitía a Sanidad el
estadillo en el que figuraban las adquisiciones y consumos.
Hacia mediados de los años
sesenta, pocos hospitales tenían como responsable de la farmacia a
un farmacéutico. Entre aquellos que sí lo tenían se encontraban
los pertenecientes a las diputaciones, ayuntamientos, los grandes
hospitales de la beneficencia general del estado, y los hospitales
militares y clínicos. En estos últimos era costumbre que el
responsable de la farmacia fuese el catedrático de Galénica de
dicha facultad -si en la ciudad correspondiente existía Facultad de
Farmacia.
En el año 1967, la Seguridad
Social crea en sus hospitales los servicios de farmacia, y en
septiembre de 1968 se incorporan los primeros farmacéuticos. Por
aquel entonces, la función más destacada de la farmacia de nuestro
Hospital Civil era la dispensación de medicamentos para reponer los
botiquines de las diferentes salas, así como su preparación en
formas magistrales, actividad que ya iba disminuyendo a favor de la
cada vez mayor presencia de la especialidad farmacéutica.
Un hito importante en la
farmacia de hospital en España fue cuando Leopoldo Arranz, jefe del
Servicio de Ordenación Farmacéutica, organizó en Madrid la Primera
Mesa Redonda sobre Farmacia Hospitalaria, donde se establecieron las
bases de la estructura, ordenación y funcionamiento de los servicios
de Farmacia. Posteriormente, la orden ministerial de 1 de febrero de
1977 reguló legalmente las actividades del farmacéutico y reconoció
su profesionalidad como auténtico protagonista del medicamento.
No cabe duda que tanto la
primera mesa redonda de 1970 como la orden ministerial del año 1977
consolidaron las actividades propias del farmacéutico de hospital.
La farmacia de hospital ya era
considerada como un servicio general clínico en el que se
contemplaba la jerarquización propia de otros servicios clínicos.
De este modo, las plazas de farmacéuticos quedaban clasificadas en
tres categorías: jefe de servicio, jefe de sección y adjunto.
Estos fueron los puntos más relevantes que, junto al equipo de
facultativos, enfermeros, auxiliares, celadores y personal
administrativo, pusieron en marcha los pilares que sustentan la
farmacia hospitalaria actual.
En los años ochenta se pusieron
en marcha muchas actividades claves en el servicio. Así, en 1982
comenzamos con el sistema de dispensación y distribución en dosis
unitarias, y al mismo tiempo se creó la Unidad de Nutrición
Parenteral y Enteral”.
En aquellos años la farmacia del
Hospital Civil también realizaba prestaciones farmacéuticas a
otros centros dependientes de la Diputación Provincial de Málaga,
en concreto, al Hospital Psiquiátrico, al Centro Psicoterapéutico
Virgen de la Esperanza y a los Hogares Provinciales de Nuestra
Señora de Fátima, San José, Nuestra Señora de los Ángeles y de
la Victoria.
En este momento la Ciudad Sanitaria
Carlos Haya contaba con siete farmacéuticos y siete residentes,
mientras que el hospital luchaba por conseguir cinco farmacéuticos
(los correspondientes al número de camas hospitalarias).
En 1984 se comenzó a funcionar con la
Unidad de Citostáticos y la Unidad de Farmacocinética Clínica y
Toxicología.
Cuando en 1989 se realizó el traslado
al Hospital Clínico, la farmacia, al frente de doña Pilar, pudo
seguir desarrollando estas actividades a pesar de contar con grandes
dificultades. Además puso en marcha la Unidad de Atención al
Paciente Externo, la Unidad de Ensayos Clínicos, y la gestión y
dispensación de medicamentos extranjeros y uso compasivo.
No hace mucho que doña Pilar se ha
retirado, pero ha dejado un mensaje claro y contundente:
“La atención farmacéutica
integral y su extensión a todos los pacientes constituye hoy el
principal reto para los farmacéuticos de hospital: añadir valor al
proceso asistencial mediante una terapia individualizada que permita
una atención cercana, eficaz, segura y de calidad en beneficio del
paciente, integrando al farmacéutico en el equipo junto a médicos y
enfermeros. Por ello, tanto las direcciones hospitalarias respectivas
como el equipo de profesionales que conforman el servicio de farmacia
tienen que aunar su empeño, esfuerzo y, yo diría también, su
ilusión para que la atención farmacéutica sea una realidad en
beneficio de todos los pacientes”.
En este momento, la farmacia del
Hospital Civil forma parte del cuerpo central de quirófanos en su
planta baja, en el edificio que permanece tras la desafortunada
remodelación de los años setenta. Se desenvuelve como una oficina
de dispensación, dependiente del servicio de farmacia del Hospital
Materno –Infantil Carlos Haya.
CONTINUARÁ. . . . . . . . .
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